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      Byung-Chul han y los tiempos perdidos

      ¿Adiós a todos esos rituales que solían “estabilizar” la vida? El filósofo se lo pregunta en su libro reciente. El ritual permite ver, escuchar, tocar y sentir, sostiene. Publica también un análisis sobre Hegel y el poder.

      Byung-Chul han y los tiempos perdidosByung-Chul Han convoca multitudes cada vez que interviene en el debate global sobre el Covid.

      Como acciones simbólicas, los ritos están atravesados por los valores y los sentimientos que cohesionan una comunidad. En esa simbología descansa la tradición, se asienta un saber fijado por el tiempo, se transparenta la “duración” de una idea transmitida a través de los años, de las épocas, de las generaciones. Byung-Chul Han afirma que los rituales “liberan al mundo de su contingencia”, como si abrieran una dimensión alternativa en la que anhelo, deseo y memoria se apartaran del tiempo para redescubrir lo distinto a través de lo idéntico. Si la base del ritual es, precisamente, la repetición (de un gesto, de un movimiento, de una actitud) la lógica de la crisis permanenteque alimenta la existencia contemporánea –donde la tiranía de la novedad nos empuja hacia adelante sin piedad– no puede ser más que enemiga de ese tipo de detención en los lugares y en las cosas.

      Pasajeros de un subte en Seúl con distancia social.
Foto: EFE/EPA/YONHAPPasajeros de un subte en Seúl con distancia social. Foto: EFE/EPA/YONHAP

      Practicar un ritual es instalarse, sostiene Han: construir en el tiempo el mismo tipo de refugio que, en el espacio, representa un “hogar”. La metáfora la presta el Roland Barthes de Lo neutro (“La ceremonia protege como una casa: algo que permite habitar el sentimiento”), primer diseñador de ese habitáculo que no es físico pero, sin embargo, contiene y ordena, encauza y congela. El ritual permite ver, escuchar, tocar y sentir; el ritual domestica influjos e invita a detenerse. Es lugar de paso, pero las transiciones que propone tienen un comienzo y un final y están lejos de la esquizofrénica velocidad de la hipermodernidad, donde no es posible terminar nada porque todo está, todo el tiempo, empezando y recomenzando. El tiempo se precipita sin contención en la era contemporánea. El tiempo de hoy no es habitable porque no se puede hacer pie en él.

      La desaparición de los rituales. Una topología del presente puede ser leído como una prolongación de El aroma del tiempo, que Han publicó en 2015 y que, a su vez, se presentaba como “un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse”. En sentido estricto, ambos libros pueden leerse como uno solo, como abordajes complementarios de un mismo dilema ancestral resucitado por el vértigo psicótico que ha secuestrado nuestra vida de relación: ¿Cómo se “usa” el tiempo hoy? ¿Cómo se lo “consume”? ¿Cómo se lo acumula o despilfarra en un contexto socio-cultural donde el capital (en sentido amplio) se vuelve cada vez más simbólico y menos concreto? El aroma del tiempo se centraba en la hiperkinesia cotidiana del mundo moderno como la privación de cualquier estado de ánimo contemplativo o predisposición para “demorarse”. Cuando los recuerdos se convierten en información y el tiempo en mercancía, lo que surge es un espacio de relación sin memoria y, por lo tanto, ahistórico. El tiempo ya no depende del destino, sino de su diseño. La desaparición… está alumbrado por esa misma necesidad de “estabilizar” la vida, por ese anhelo de anclarla a las cosas entendidas como “instrumentos”.

      Jóvenes vestidas con trajes tradicionales hacen una  reverencia en la ceremonia del Día de la adultez, el 19 de mayo de 2008. En Corea, se lo celebra el tercer lunes de mayo para los jóvenes que llegan a los 20 años. 
Foto: AFP PHOTO/JUNG YEON-JEJóvenes vestidas con trajes tradicionales hacen una reverencia en la ceremonia del Día de la adultez, el 19 de mayo de 2008. En Corea, se lo celebra el tercer lunes de mayo para los jóvenes que llegan a los 20 años. Foto: AFP PHOTO/JUNG YEON-JE

      Una de las primeras citas de La desaparición de los rituales pertenece a la Hannah Arendt de La condición humana: “La durabilidad de las cosas las hace independientes de la existencia del hombre”. La ritualidad deja que las cosas se hagan “antiguas” a través del uso, algo que no tiene nada que ver con la obsolescencia programada de hoy, y que remite, en cambio, a la forma en que ese uso permite valorar la función del instrumento a través de las épocas. Para Han, desde el momento en que lo económico colonizó lo estético, el ser humano fue obligado a percibir de manera “serial” y, por lo tanto, privado del concepto de “duración” inherente al disfrute. La repetición asociada al ritual puede funcionar como terapia de alivio para una época donde la duración ha sido arrasada y los acontecimientos no conocen ni principio ni final, propulsados por una lógica de consumo reglada por la dinámica de la novedad y la renovación permanentes. Los rituales estabilizan la atención, nos apartan de esa proyección salvaje hacia el futuro, y nos permiten estacionarnos en el presente.

      El segundo invitado de Han es el Søren Kierkegaard de La repetición: “Solamente se cansa uno de lo nuevo, pero no de lo antiguo”. La compulsión por la novedad que domina la fábrica de gustos y tendencias contemporáneas nos ha injertado algorítmicamente una fobia hacia la repetición. El frenesí de consumo de series de TV es apenas uno de los numerosos signos que confirman esa tendencia a la novedad permanente, ese hambre por la quema de novedades que elimina cualquier posibilidad de revisión o vuelta atrás. Si, como se dijo más de una vez, la verdadera lectura es la relectura, el atragantamiento de novedades que caracteriza al espectador de plataformas confirma lo que Han anuncia como el fin de los “ritos de cierre”. La fiebre por lo nuevo sepulta el pasado como eje histórico y nos deja librados al aprendizaje vitalicio (¿no significa eso la superabundancia de maestrías y posgrados que siembra los claustros universitarios?) y a una continuidad de fases donde la narración ya no importa porque nada concluye o se “cierra”.

      ¿La nostalgia por la tradición vuelve a Han un filósofo reaccionario? Si se considera que Martin Heidegger ha sido, desde sus más tempranas obras, uno de sus faros intelectuales, la pregunta puede volverse espinosa. Lo que Han identifica como “la presión para ser auténtico” ejercida por la economía algorítmica sobre los ciudadanos del mundo tiene más de una conexión con el complicado acertijo que Heidegger planteó en torno al olvido y la recuperación del “Ser”. La introspección narcisista que Han identifica como el mandato invisible pero persistente a hundirse en la propia psicología resuena sobre esa cuestión.

      Frederich Hegel.Frederich Hegel.

      La introspección narcisista conduce, también, un poco más hacia atrás en el tiempo, hasta Hegel. En Hegel y el poder, un ensayo sobre la amabilidad, Han afirma que la sociedad del siglo XVIII todavía estaba definida por formas sociales de interacción. La obra de Hegel define un individuo que se realiza encontrando su lugar en el seno de la comunidad, integrándose a ese todo “orgánico” que es el Estado, especie de función totalizadora que otorga espesor y sentido a la vida individual. Pero cuando el ánimo de realización individual en el seno de la comunidad es reemplazado por un mandato de rendimiento personal que conduce a la autoexplotación, el vuelco introspectivo aísla a la persona y lo somete a una gimnasia disciplinaria física y mental de características psicóticas. Esa “psicopolítica” –que según Han ha reemplazado hace tiempo a la “biopolítica” de Michel Foucault, cambiando disciplina social por autoexigencia– es una máquina que trabaja para concitar emociones “positivas” (comprar, consumir, acumular) reñidas con la negatividad que sustenta el sistema filosófico hegeliano.

      El autor de la Fenomenología del Espíritu (1807) había decretado a la “Naturaleza” como “presa en las repeticiones”. Del mismo modo, suponía que la definitiva expresión del poder se daba allí donde el dominado se sometía por propia voluntad al deseo del dominador, especie de juego erótico-político entre amo y esclavo que marcó la forma en que se pensaba el poder hasta la irrupción materialista de Marx. Han retoma a Hegel para pensar las maneras en que lo “bello” puede aparecer en la cascada de emociones que nos ahoga cotidianamente. Hegel proponía la construcción de un “estado de ánimo” basado en la “interiorización”, porque lo exterior solo adquiere significado cuando es puesto en relación con el alma humana. Los pequeños rituales de la vida cotidiana (los que perdimos, los que tenemos, los que todavía podemos recuperar) parecen ser, para Byung-Chul Han, precisamente eso: mínimas estructuras de poder individual capaces de reunir lo “mucho” en lo “uno”.


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      Federico Romani
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