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      Marcelo Cantelmi
      Marcelo CantelmiPanorama Internacional

      El peligroso viaje de la guerra de Ucrania a Taiwán

      El apoyo de una minoría de legisladores republicanos al paquete de ayuda a Ucrania haciendo a un lado a Trump, indica cómo procesa el establishment norteamericano la amenaza rusa a su hegemonía y el riesgo de quiebra de los límites de detente con China si cae Kiev.

      El autócrata ruso Vladimir Putin, con el líder chino, Xi Jinping, en Beijing. Foto Sputnik

      Unos pocos días atrás, en una inusual sesión sabatina de la Cámara de Representantes de EE.UU., la oposición republicana que controla ese recinto, respaldó sorpresivamente la iniciativa del oficialismo demócrata para una ayuda extraordinaria de 61 mil millones de dólares destinada a Ucrania. Una victoria de Joe Biden que los ultraderechistas de ese partido en plena campaña no pudieron detener.

      Esa propuesta dormía desde hace seis meses por la presión que ejercía Donald Trump que, hacia la tribuna, calificaba como un “despilfarro” las ayudas al golpeado país europeo y, más íntimamente, revelaba una simpatía irresponsable hacia el autócrata ruso Vladimir Putin.

      Es la primera vez que un sector republicano rompe con esa línea aislacionista cuyo vigor ha dependido de la fortaleza política del ex mandatario, que marcha con grandes posibilidades de regresar a la Casa Blanca en las generales de noviembre. Por eso mismo no se trata de un cambio total de paradigma. La gran mayoría de los republicanos votaron en contra del proyecto.

      Pero la porción que sí lo hizo influida por el ala liberal del viejo partido conservador, ofreció con ese gesto una visión sobre cómo procesa realmente el establishment norteamericano el significado del drama ucraniano, lejos de ideologías o fanatismos. Una curiosidad muy elocuente sobre la altura de la preocupación es que quien operó para ese resultado fue uno de los alfiles principales del magnate, Mike Johnson, el titular de la Cámara, ahora amenazado por la destitución debido a ese comportamiento, destino que no permitiría su jefe.

      La ayuda monetaria es tan apremiante que estos seis meses de parsimonia son los del visible retroceso militar de Ucrania en la guerra de dos años, de un avance considerable de la ofensiva rusa y de la consolidación de la noción de una victoria de Moscú supuestamente en un plazo no demasiado distante. ¿Por qué es tan grave ese panorama?

      No solo una guerra regional

      Como ya ha señalado esta columna, lo que sucede en Ucrania no es solo el enfrentamiento entre una potencia regional ambiciosa y un país victimizado del este europeo. La sobrevivencia de Kiev, su protección, en un amplio sentido, es clave en el balance global. El umbral hacia lo que Henry Kissinger definía como detente para que el choque con el Kremlin se mantenga dentro una línea que no se debería cruzar.

      Del otro lado de esa raya está lo imprevisible a cualquier nivel que se quiera imaginar el concepto, especialmente si se advierten las alianzas que embanderan a Moscú en esta aventura. Particularmente China que sentencia a Taiwán, como Rusia con Ucrania, sin derecho nacional a existir.

      Biden y su colega chino Xi Jinping. Las mayores potencias del globo, con fuerte interacción económica bilateral y disputas de hegemonía. Foto AFPBiden y su colega chino Xi Jinping. Las mayores potencias del globo, con fuerte interacción económica bilateral y disputas de hegemonía. Foto AFP

      Es interesante que en el debate del sábado, el presidente de la comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara, el diputado de Texas Michael McCaul, un hombre cercano a Trump, pero también con ideas propias sobre Ucrania, alertó sobre esa unidad amenazante de los rivales de EE.UU. Y remató con un llamado un tanto teatral pero significativo: “¿Somos Churchill o Chamberlain?”.

      Aludía al histórico premier británico Neville Chamberlain, quien en setiembre de 1938 pactó con Adolf Hitler la entrega de la región de los Sudetes germanófilos de Checoslovaquia a cambio de un compromiso de paz. Ese papelito del llamado Acuerdo de Münich duró un instante. En setiembre de 1939, el Tercer Reich invadió a Polonia iniciando la Segunda Guerra Mundial.

      Chamberlain pagó su ingenuidad con el relevo por Winston Churchill. El nuevo primer ministro británico, a su vez, dirigió la lucha contra Hitler un largo tiempo en soledad con el teléfono roto con Washington que, al igual que ahora con los mismos lemas de Trump, proclamaba EE.UU. primero (America First) avisando que aquella guerra no le pertenecía. Cosa de los europeos. Una deformación alimentada por una dirigencia de la época que en gran medida simpatizaba con los nazis como hoy el magnate y sus camaradas del Alt-right mundial (i.e Victor Orban) lo hacen con Putin.

      Winston Churchill con la Reina Elizabeth II en noviembre de 1954 con los príncipes Anne y Charles. Foto APWinston Churchill con la Reina Elizabeth II en noviembre de 1954 con los príncipes Anne y Charles. Foto AP

      Para seguir la idea de McCaul, habría multitud de Chamberlains en este presente, particularmente en Europa que brotarán con más claridad en las elecciones parlamentarias de junio próximo, y que, como aquel fallido líder británico, suponen que hay papelitos que puedan comprometer a Putin hacia adelante para que se conforme con lo que ha tomado militarmente de Ucrania.

      Un cambio global

      El proceso que expone el giro republicano al revivir el demorado auxilio de 61 mil millones de dólares a Ucrania, en un paquete cercano a los cien mil millones que abastece además en menor medida a Israel y a Taiwán, intersecta con el cambio global que señaló recientemente en Clarín Carlos Pérez Llana. Una mutación que se trasunta en la alianza muy dinámica entre China y Rusia que pretende reducir o apagar la influencia occidental en el diseño planetario.

      La ayuda a Kiev parece un gran número, aunque insignificante en el potencial norteamericano como advierte el Nobel Paul Krugman al desmentir a Trump que reclama, con el guion de mitad del siglo pasado, que Europa es la que debe ocuparse. Pero la ayuda europea ha sido muy superior a la estadounidense.

      Sin embargo, por fuera y por encima de ese debate, lo que debe notarse es que el bloqueo del auxilio a Ucrania garantizaría su derrota consolidando aquel eje entre Putin y Xi Jinping que suma a Irán y Corea del Norte. Una cofradía que, de amontonar mayores luces verdes, escapará de la contención que hasta ahora mantiene Occidente.

      El historiador británico Nial Ferguson recuerda en Foreign Affairs que Kissinger sostenía esa noción de una detente frente al poder soviético de la época, no en busca de una amistad que consideraba imposible y no le interesaba, sino como un punto de equilibrio inestable pero que evitará el salto al vacío de un Armageddon nuclear. La escena se asimila hoy a la nueva tensión Este-Oeste con Ucrania como un puente a Taiwán. Si cae una debería caer la otra asume aquel eje.

      Kissinger postuló con Richard Nixon la doctrina de la “ambigüedad estratégica”, que respondía a la idea calculadora de aprovechar aquella China exigua de comienzos de la década de los años 70 peleada sanguinariamente con la poderosa Rusia soviética.

      La división del frente comunista implicaba el reconocimiento de una sola China y dos sistemas, la República Popular única y Taiwán bajo un paraguas. Una doble disuasión como la describe el politólogo Joseph Nye, con el propósito de impedir que la isla declare la independencia y China avance sobre ella. Una estantería que se desarmará si la colina de Kiev cae en manos rusas.

      Nye, un académico moderado, quien creó las categorías en relaciones internacionales del poder blando de seducción y poder duro de coerción de cuya combinación surge el poder inteligente, ayuda a calibrar la gravedad del momento al aconsejar que Taiwán debiera recibir una protección inmediata de tamaño extraordinario.

      “Dado que una isla de 24 millones de habitantes nunca podrá derrotar militarmente a un país de más de mil millones -afirma-, Taiwán debe ser capaz de montar una resistencia lo suficientemente fuerte como para cambiar los cálculos de Xi. Se le debe hacer comprender que no es posible que pueda consagrar un hecho consumado. Para ello, Taiwán necesita no solo aviones y submarinos avanzados, sino también misiles contra barcos que puedan ocultarse en túneles para resistir un primer ataque chino. Debe convertirse en un puercoespín que ningún poder pueda tragar rápidamente”.

      Henry Kissinger con Mao Tse Tung en febrero de 1973 en Beijing, un año después de la visita de Richard Nixon. Foto AFPHenry Kissinger con Mao Tse Tung en febrero de 1973 en Beijing, un año después de la visita de Richard Nixon. Foto AFP

      Nye alude a un riesgo real de guerra y de imprevisibilidad en el escenario global. Un aviso a Trump y a la ultraderecha europea sobre que no todo es lo que parece. Recuerda que en 1950 el canciller de EE.UU., Dean Archeson, sentenció terminante que "Corea esta fuera de nuestro perímetro de defensa. Sin embargo, al cabo de un año, chinos y estadounidenses se estaban matando en la península de Corea”.

      Ferguson, a su vez, aporta un dato histórico aún más rotundo de esa labilidad. Kissinger defendía la detente como un imperativo moral porque las dos potencias se autodestruirían y con ellas, el planeta. De modo que ese equilibrio debía mantenerse, pero no descartaba la coerción. Kissinger no era un pacifista.

      En 1974 le pidió al Estado Mayor Conjunto que formulara una respuesta nuclear limitada contra la Unión Soviética si invadía Irán, que era entonces –como hoy Taiwán con sus chips- un apetecible depósito pro occidental de insumos energéticos para británicos y norteamericanos. La historia, ex cierto, nunca se repite, pero rima, observaba con agudeza Mark Twain.

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      Marcelo Cantelmi
      Marcelo Cantelmi

      Editor Jefe de la sección Mundo mcantelmi@clarin.com

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