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      “Potestad”, el clásico perturbador de Tato Pavlovsky aún tiene cosas que decir

      • Estrenada en 1985, la obra buscaba la empatía del público con un hombre al que le habían quitado a su hijita.
      • Luego se sabía que se trataba de un médico apropiador.
      • Norman Briski repone esta pieza una vez más, con la actuación de Eduardo Misch.

      "Potestad", el clásico perturbador de Tato Pavlovsky aún tiene cosas que decirEduardo Misch, en "Potestad". Foto: Antonio Fernández/ Gentileza

      Cuando Eduardo "Tato" Pavlovsky estrena Potestad en 1985, el principal conflicto sucedía entre el actor y la platea: el actor y dramaturgo fallecido en 2015 encarnaba a un hombre que buscaba la empatía del público al contarle que le habían quitado a su pequeña hija. Recién al final de la obra, se revelaba que ese personaje –un médico– pertenecía a los grupos de tareas y se había apropiado de una menor que, en el presente del drama, había sido restituida a su familia de origen. El público comprobaba que había sentido piedad por un represor.

      El dispositivo crítico, que podría haber quedado reducido a la figura del victimario (y de este modo hubiera resultado más tranquilizador), se esparcía en cada integrante de esa comunidad de espectadores. Pavlovsky llamaba a pensar la responsabilidad de cada sujeto frente a la dictadura, que había terminado dos años antes, a identificar los modos en que los represores se habían convertido en sujetos comunes, indistinguibles en la cotidianidad. Las formas de la aceptación eran llevadas a escena y esto generaba incomodidad al enfrentar a los espectadores con una escena que podía resultar insoportable: habían empatizado con el protagonista porque no sabían quién era pero, en realidad, todo en el lenguaje y en los modos de desenvolverse lo describían como un torturador.

      El médico está ahora en un campo de golf. Foto: Antonio Fernández/ GentilezaEl médico está ahora en un campo de golf. Foto: Antonio Fernández/ Gentileza

      Norman Briski fue el director de aquella primera puesta en escena de la obra que Pavlovsky escribió y actuó bajo los efectos de su práctica psicodramática. En 2019, Briski volvió al texto en una versión construida en base a la técnica del teatro Noh, interpretada por María Onetto. Allí, toda la artificialidad estética ayudaba al distanciamiento. Briski discutía el lugar de identificación con la figura del médico militar y esta decisión era acertada porque el contexto de la representación había cambiado por completo. Toda la lógica del discurso de un torturador aparecía sometida a una serie de imágenes que la debilitaban porque el personaje ya era una ficción, un cuerpo invocado que se describía en la figura de la actriz.

      Briski parece ver en esta obra la matriz de un drama social que debe volver a contarse. Por estos días, se aventura a una nueva puesta protagonizada por Eduardo Misch, donde la lectura del texto se realiza, nuevamente, desde la conformación visual del personaje. Aquí el médico está caracterizado en el atuendo de un jugador de golf (un poco inspirada en los parlamentos del protagonista sobre la posición del cuerpo y de los pies de los integrantes de su familia como si se tratara de la disposición en un campo de juego) y entonces se incorpora una dimensión de clase que le otorga a esta obra la posibilidad de establecer un diálogo con el presente.

      Briski parece ver en esta obra la matriz de un drama social que debe volver a contarse. Foto: Antonio Fernández/ GentilezaBriski parece ver en esta obra la matriz de un drama social que debe volver a contarse. Foto: Antonio Fernández/ Gentileza

      El director entiende que el impacto dramatúrgico que tuvo en los años de la postdictadura no puede ser el mismo que en la actualidad, no solo porque el texto de Pavlovsky se ha convertido en un clásico, sino porque los mecanismos que conforman la identificación y también la percepción de este personaje son otros. Sacar al personaje del hogar y llevarlo a otro contexto, con ese árbol que parece tener reminiscencias beckettianas en la escenografía de Guillermo Berthold, también implica señalar las zonas donde estas figuras pueden estar integradas en la actualidad.

      Que el componente visual, la imagen, haya sido la clave de las dos últimas puestas de Briski de esta pieza, expresa el modo de validación o de complicidad sobre las acciones que establece esa nueva lógica de lo monstruoso que Pavlovsky quiso indagar en su teatro. Hacia el final de la obra, el actor lleva puesta su chaqueta de médico en un gesto de señalar la trama institucional. El mal podía ejecutarse bajo los códigos de la obediencia, gracias a la certeza de saber que existía una institución que provocaba un desplazamiento en torno a la responsabilidad de la acción. La soledad de la escena, más allá del personaje de Tita, un personaje silente que debe actuar en ausencia y que aquí se convierte en el caddie a cargo de Damián Bolado, marca ese momento donde este médico torturador debe convivir en otro marco social, ya destituido de ese régimen que le asignaba una funcionalidad. Briski se ocupa entonces de pensar las nuevas formaciones temporales que asume el mal, en qué lugares, cuerpos y atuendos permanece y acecha.

      *Potestad se presenta los viernes, a las 22, en el Teatro Payró, San Martín 766, hasta el 31 de mayo.

      PC


      Sobre la firma

      Alejandra Varela

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