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      Ventaja del idioma inclusivo: aumenta el vocabulario

      Dicen que Gabriel García Marquez utilizó en toda su obra más de 25.000 palabras.

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      El vocabulario de los argentinos venía en franca decadencia: cada día usábamos menos palabras. Pero ahora hemos encontrado la solución. El lenguaje inclusivo no solo es una extraordinaria herramienta para equiparar los derechos de la mujer, o de lo que uno se perciba (ahora se dice “autopercibirse” porque enriquece el vocabulario en cuatro letras), con los de los varones, sino una fantástica manera de revertir esa decadencia idiomática y aumentar la cantidad de palabras que usamos.

      El español tiene unas 300.000 palabras. Pero, ¿cuántas usamos? Cervantes, que parece que era verborrágico (menos que García Márquez, como veremos), necesitó 22.939 palabras diferentes para escribir El Quijote. Y si nos ponemos a contarlas, vamos a llegar a descubrir la cantidad exacta que usó García Márquez en toda su obra: dicen que superó las 25.000. También diferentes, claro.

      Si nos pusiéramos a escuchar una conversación entre graduados universitarios, podríamos comprobar que para exponer con claridad sus ideas disponen de unas 3.500.

      Lo que no está del todo claro es si esos profesionales se graduaron ayer o en sus conversaciones influye la educación que recibieron hace treinta o cuarenta años porque los estudiantes del secundario no pasan de las 800, cifra necesaria para la comunicación básica en un idioma, y de ellas, unas cien son tomadas del inglés (self service, ranking, manager, delivery, vip, stands, babby sitter, mailing, fitnees, aerobics, boss, meeting, public relations, bussines...).

      Pero tienen una ventaja similar a la que proporciona el mandarín a los chinos: al escribir ponen como cincuenta emoticones, que vienen a ser algo así como los ideogramas simples que usan los chinos, pero pret a porter. Circula por las redes esta doliente confesión: “Podría haberle escrito los versos más ardientes esta noche… pero le mandé un emoticón”.

      No es muy difícil entender por qué ha caído al peor nivel la comprensión de textos y el pensamiento crítico de la sociedad.

      Pero, afortunadamente, surgió la solución: el lenguaje inclusivo. Las autoridades, que tienen muy claro el problema, han tomado con mucha eficacia cartas en el asunto, salvo las de la ciudad de Buenos Aires, que pretenden que los maestros respeten las reglas del idioma español y les impide enriquecerlo utilizando palabras como “chiques”, o reemplazar vocales que se pueden pronunciar por la equis (caso “todxs”) o la arroba.

      Obviamente, y nadie tiene la menor duda, es mucho más autoritario querer que se escriba como se debe y lo hace la mayoría que, desde la “ideología” y medios del poder político, una minoría pretenda imponer una nueva forma de lenguaje. ¿O no?

      El primero que entendió los amplios beneficios del lenguaje inclusivo fue Axel Kicillof. Ya hace dos años que su gobierno decidió crear una guía de lenguaje inclusivo para toda la administración pública bonaerense, cuyo objetivo es, según la ministra de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual, Estela Díaz, “visibilizar e incluir a todas las personas”. Y no descartan que la guía “llegue a las escuelas”.

      ¿Cómo no se le ocurrió antes a Alfonsina Storni? Todo lo que luchó y ahora se descubre que le habría bastado con escribir sus ocho libros de poesía, en los que dejó testimonio de su compromiso, en lenguaje inclusivo. Qué manera de perder el tiempo, Alfonsina. Ahora las autoridades lo tienen claro.

      Pero Kicillof no está solo. Si quieren hacer un viaje por el horror, entren aquí: https://www.argentina.gob.ar/justicia/derechofacil/lenguaje-inclusivo. Allí están las páginas y más páginas de las guías de los ministerios, organismos y hasta del Banco Nación y de la Cámara de Diputados elaboradas con el loable fin de que empleados, funcionarios y legisladores aprendan y adopten “Pautas de estilo del Lenguaje Inclusivo”, “una comunicación con perspectiva de género”, “comunicación con sensibilidad de género en el transporte” (¿no bastará con ser bien educado?) y ni siquiera olvidan incluir la “igualdad de géneros en el mercado de capitales”.

      Y siguen y siguen. Y con la interminable lista de quienes tuvieron la idea, asesoraron y participaron en la creación de cada una de esas guías. La de la cámara de diputados tiene 62 páginas, y esta es una de sus recomendaciones: Uso sexista: El hombre (o los hombres) Lenguaje igualitario: Los hombres y las mujeres; la humanidad; el género humano; la especie humana; las personas; los seres humanos.

      La primera acepción de la palabra “hombre”, en español, es “Ser animado racional, varón o mujer”. Y la RAE da este ejemplo abarcador: “El hombre prehistórico”. Claro que si queremos enriquecer nuestro vocabulario y ser inclusivos debemos decir El hombre y la mujer prehistóricos.

      El problema está en que cuando tenemos un sustantivo masculino (con perdón de la palabra) y uno femenino, el adjetivo debe ser masculino. ¿Problema? No, ¿a quién se le ocurre? Buenísimo: podemos enriquecer más nuestro vocabulario. Hasta duplicarlo porque diremos “El hombre prehistórico y la mujer prehistórica”. Mandémosle la sugerencia a la RAE.

      El riesgo es que nos contesten que para ellos “Persona del sexo masculino” es “varón”, no “hombre”.

      Capacitarse en el lenguaje inclusivo es incapacitarse en español (o argentino), idioma que se creó, como todos los idiomas, para que la gente se entienda y pueda transmitir su pensamiento con claridad. Pero, como decía Eduardo Galeano, “Ya que no podemos ser profundos, seamos complicados”.


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      Néstor Barreiro
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