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      Homenaje a una artista que tiró la toalla

      Homenaje a una artista que tiró la toallaMarie Bracquemond. Autorretrato de 1870, de la colección del Museo de Bellas Artes de Rouen, Francia. Foto: archivo

      A veces uno se rinde. Punto. Y tirar la toalla no significa que no tengas talento y menos, que se te deba castigar sin reconocimiento.

      Algo de esto pasó con Marie Bracquemond, una de las pocas artistas del impresionismo, el movimiento que refundó la pintura hace un siglo y medio.

      París, 1856. Marie tenía 16 años y todavía se apellidaba Quivoron cuando un conocido de la familia le presentó a Ingres, maestro del neoclasicismo. Ella le mostró dibujos sobre su hermana Louise y él la invitó a sus clases.

      No funcionó. Ingres pensaba que las mujeres debían pintar flores, es decir, que había motivos “femeninos”, decorativos, inocentes. Marie, no. “Yo no quiero pintar flores. Quiero trabajar en la pintura y expresar los sentimientos que el arte me provoca”, explicaría en una carta años más tarde.

      Así que dejó el taller de Ingres y siguió pintando. Vivió de hacer copias por encargo en el Museo del Louvre, donde solía trabajar acompañada por su mamá y por Louise. En 1866, allí, conoció al pintor, grabador y ceramista Félix Bracquemond, con quien se casó y tuvo a su hijo Pierre.

      Marie Braquemond.  Foto: archivoMarie Braquemond. Foto: archivo

      El matrimonio la acercó al mundo de Manet, Renoir y Degas, entre otros artistas de vanguardia. Monet la deslumbró. "Nadie ha llegado nunca a un poder de análisis de los tonos tan intenso y dulce al mismo tiempo”, señaló. “Me abre los ojos y me hace ver mejor". Y Monet también la ayudó, sobre todo, a despegarse de la oscuridad que había aprendido de Ingres.

      Félix B. difundió en París los grabados japoneses que atrajeron a los impresionistas con sus luces sin sombras, sus formas planas y sus asimetrías. Fue amigo de Gauguin, quien pasó un tiempo en la casa de la pareja. Pero terminó siendo un crítico feroz de esa movida. Lo suyo era el realismo al estilo del retratista Chardin.

      "En la terraza de Sèvres". De Marie Brocquemond, 1880. Está en el Museo de Petit Palais, de Ginebra. Foto: archivo"En la terraza de Sèvres". De Marie Brocquemond, 1880. Está en el Museo de Petit Palais, de Ginebra. Foto: archivo

      Marie, en cambio, trabajó con todos. Con Félix creó Las musas del arte, un panel con el que deslumbró en la Exposición Universal de 1878. Y expuso en los salones independientes que organizaban los impresionistas. En el quinto exhibió La dama de blanco, un retrato de Louise que muestra cómo los colores cambian con la luz y se definen mutuamente. Un homenaje a Monet.

      "La dama de blanco". Un retrato de la hermana de Marie Bracquemond, de 1880, que atesora el Museo de Orsay. Foto: archivo"La dama de blanco". Un retrato de la hermana de Marie Bracquemond, de 1880, que atesora el Museo de Orsay. Foto: archivo

      La relación entre Marie y Félix se tensó. Cuando ella quiso salir a pintar al aire libre, como los otros pintores impresionistas, su marido -quien venía haciendo méritos para ascender en espacios oficiales- estalló. “Tu ternura me crucifica, Marie”, le dijo, según Gustave Geffroy, crítico de arte y escritor, amigo de ambos.

      En 1890 Marie dejó de pintar. “A pesar de su talento, de sus deseos, de su entusiasmo, llegó el día en que, con un oscuro sentimiento de pérdida, tuvo que confesar que la habían derrotado”, escribió su hijo Pierre.

      Pierre Brocquemond. El hijo de Marie, en 1878, del Museo de Rouen. Foto: archivoPierre Brocquemond. El hijo de Marie, en 1878, del Museo de Rouen. Foto: archivo

      En Historia del impresionismo (1892), Geffroy la nombra como una de las 3 grandes pintoras del movimiento, junto a Berthe Morisot y Mary Cassatt. Más tarde, se sumaría Eva Gonzales. En 1919, el experto organizó con Pierre una muestra con 90 trabajos de Braquemond. Pero después volvió a quedar eclipsada. Y la verdad es que incluso hoy la tristeza de la que habló su hijo sigue dando vueltas en torno Marie, al menos, hasta que uno mira sus luminosas maravillas.

      JS


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      Judith Savloff
      Judith Savloff

      Editora jsavloff@clarin.com

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