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      Diana Saiegh: “Uno de los malestares de la cultura es la falta de continuidad por cuestiones políticas”

      La actual presidenta del Fondo Nacional de las Artes presentó su libro "Gestión cultural. Recorridos y experiencias", donde aborda más de tres décadas de acciones en el sector.

      Diana Saiegh: "Uno de los malestares de la cultura es la falta de continuidad por cuestiones políticas"La arquitecta y gestora cultural Diana Saiegh y su libro, de reciente publicación, "Gestión Cultural. Recorridos y experiencias". Foto Emmanuel Fernández

      Un inventario de acciones culturales, un registro de experiencias diversas en la gestión cultural y, sobre todo, la voluntad de dejar un legado sobre una labor que, cuando se ejerce con imaginación, alcanza metas impensables. Todo eso forma parte del libro Gestión cultural. Recorridos y experiencias que Diana Saiegh, su autora, presentó en la Asociación Amigos del Museo de Bellas Artes (AAMNBA), rodeada de amigos, artistas, curadores, directores y ex directores de museos y mediadores culturales que estuvieron presentes en el auditorio de la institución ampliada y renovada.

      Con una portada en rosa chicle –dress code que la autora pidió a sus amigos– el libro aborda más de tres décadas de “gestar cultura”. Lo que aparece aquí, dice la actual presidenta del Fondo Nacional de las Artes (FNA), “es una trama, hecha con la misma dedicación con que se teje a mano un poncho. Tejer cultura punto por punto es como urdir un abrigo, un refugio cálido que brinde certezas para un mundo en crisis”.

      En la presentación, a cargo del curador Max Jacoby y de la subdirectora de Cultura de la Cámara de Diputados, Natalia Calcagno, fue Jacoby quien rescató dos de los puntos salientes en la carrera que Diana Saiegh ha desarrollado en el área de la cultura: crear y gestionar espacios, y formar equipos.

      El libro, que contó entre otros aportes con el de Mecenazgo, no es comercial sino que será distribuido de forma gratuita en bibliotecas especializadas en gestión cultural, escuelas, facultades y centros de estudio, entre otras instituciones.

      Max Jacoby y Natalia Calcagno, en la presentación del libro de Diana Saiegh. Foto Emmanuel FernándezMax Jacoby y Natalia Calcagno, en la presentación del libro de Diana Saiegh. Foto Emmanuel Fernández

      “Diana construye casas en todos los proyectos. Y en esas casas, en los '80 y los '90, uno sabía que había movidas, porque es lo que pasa en las casas de familias. Los equipos que ella forma son familias que están también unidas por afecto”. Jacoby rescató también que en la diversidad de gestiones que Diana Saiegh ha tenido a cargo se advierte “su necesidad de seguir habitando proyectos colectivos”.

      Por su parte Calcagno puso el acento en la diversidad de las distintas gestiones de la autora y en el feminismo que ha venido “actuando” con naturalidad en el nivel profesional.

      Emocionada, Saiegh tomó luego la palabra y trayendo al presente un recuerdo de juventud se definió con humor: “Fui laica en los '50, comunista en los '60 y peronista desde los '70”, para señalar luego que la cultura tiene una energía transformadora “que convierte a los equipos de trabajo en equipos de amigos que nos llena de esa energía leal que es también una cadena de confianza”.

      "Fui laica en los '50, comunista en los '60 y peronista desde los '70", señaló Saiegh. Foto Emmanuel Fernández"Fui laica en los '50, comunista en los '60 y peronista desde los '70", señaló Saiegh. Foto Emmanuel Fernández

      El libro está estructurado a través de fotos, material del archivo personal de la autora, de recortes de periódicos y documentos que marcan acontecimientos, acciones, un recorrido que transcurrió tanto en la esfera pública como la privada y que exhibe un trabajo perseverante a través de los años, con mojones que han dejado huella.

      Siguiendo el repertorio inicial del libro, Diana Saiegh –de profesión arquitecta además de gestora cultural– ha ido de la universidad a la gestión, del Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires al Centro Cultural Recoleta; desde la subsecretaría de Cultura durante la gestión del intendente Carlos Grosso a la Maison Argentina en París; del Museo de Tigre a la Fundación Deloitte, entre algunos destinos, todo ello sumado a su empeño de gestión en proyectos culturales como Cargo 92, en 1992, que sacó a cien mil personas a la calle, o los festivales Konex, con la Fundación homónima, que fueron un éxito en la costa atlántica y en Buenos Aires.

      Toda su pasión por “gestar cultura” queda plasmada en el libro. La forma en que este inventario de una vida al servicio de la gestión profesional se ha estructurado es interesante, porque si bien recoge las palabras de la autora, potencia también otros textos que mencionan sus propuestas con las que buscó “esa transformación” que le atribuye con un don a la cultura.

      Por caso, allí están las palabras de Eduardo Berti, Ricardo Mosner, Jacobo Fiterman, Alejandra Rodríguez Ballester, Andrés Gribnicow, Daniel Fariña, Luis Ovsejevich, Emilio Basaldúa y otros nombres reconocibles de la cultura para dar cuenta del trasiego de una hacedora que, a los 74 años, sigue asombrándose con el poder creativo de los artistas argentinos.

      Diana Saiegh (al centro), junto a Natalia Calcagno y Max Jacoby. GentilezaDiana Saiegh (al centro), junto a Natalia Calcagno y Max Jacoby. Gentileza

      Saber adaptarse

      En varios momentos, Diana Saiegh dice que una de las condiciones del buen gestor es adaptarse, ser flexible. Y si hubiera que buscar un ejemplo de la pasión transformadora de Saiegh elegiríamos su gestión en la Casa Argentina en París, cuando la conocimos y estrechamos un vínculo, porque con su perseverancia y su imaginación convirtió ese magnífico lugar, cuyo destino es alojar estudiantes argentinos que estudian en esa ciudad (por allí pasó el enorme Julio Cortázar en la Habitación 30), en un espacio de creatividad colectiva.

      Allí Diana Saiegh se sintió como pez en el agua. Aunque, nobleza obliga no ha sido la única vez. Tenía cerca a artistas, escritores músicos, bailarines, cocineros actores, cineastas, biólogos y otros estudiantes de diversas carreras como recuerda Natalia Garnero en su texto. Así hizo bullir la creatividad argentina que apreciaron los y las directores de otras casas vecinas de la Ciudad Internacional de París.

      En diálogo con Clarín Cultura, la autora comentó que empezó con el libro hace un tiempo pero que antes de plantar la semilla, formó un equipo que puso el cuerpo desde el día uno.

       –¿Es una memoria o una biografía?

      –La idea surgió porque fui muchos años docente de gestión cultural en la Universidad y me di cuenta que toda la bibliografía que utilizábamos era extranjera. No había casi bibliografía nuestra y en castellano.

      Como fui bastante ordenada con mis archivos pensé en dar testimonio sobre cosas que se hicieron en otra época en la que no había registros gráficos, ya fuera porque no se hicieron catálogos o porque simplemente no existían archivos. Digamos que cuando pensé el libro encontraba un desfasaje entre las carreras de gestión cultural que se han creado y la bibliografía disponible a nivel local.

      En cuanto a si es una memoria, nunca lo sentí así. Hay muchas cosas que hice en la vida y que no están en el libro. Siempre lo sentí como un despliegue de archivos para compartir. Y sí, es un legado y una manera de compartir un gestión tanto en el sector público como privado.

      –¿Dónde ha sido más libre para gestionar cultura: en el país o en el exterior? ¿En lo público o lo privado?

      –He gestionado con mucha libertad en todos lados. Eso es algo muy lindo de lo que me di cuenta a medida que armábamos el libro. Siempre tuve libertad. 

      Diana Saiegh es arquitecta y una destacada gestora cultural desde hace años. Foto Emmanuel FernándezDiana Saiegh es arquitecta y una destacada gestora cultural desde hace años. Foto Emmanuel Fernández

      –¿Y cuál ha sido la gestión más placentera de vivir?

      –Es difícil saber cuál ha sido la gestión más placentera. Quizá, el Centro Cultural Recoleta porque me gustan mucho la juventud, la experimentación, el movimiento, el riesgo, lo no formal y el Recoleta reunía todo eso. Siempre sentí que una vez que estaba en ejercicio de la función no tenía condicionamientos.

      –¿Y su paso por la Fundación Deloitte con los proyectos educativos?

      –Tampoco nadie me dijo cómo hacerlo. O por ejemplo tampoco me han dicho cómo actuar en los diferentes concursos en que intervine.

      –Ahora es presidenta del FNA, ¿qué siente que le faltaría o qué desearía gestionar en el futuro?

      –No necesariamente me falta gestionar algo. Sí me gustaría que pasen cosas, pero no por mí, sino que le pasen cosas a la gestión cultural en el país o que les pasen cosas a otros. Para muchas cosas ya no tengo edad, pero sería saludable que pasaran cosas en la cultura.

      Hace muchos años, la Argentina era número uno en su florecimiento cultural. Me parece que uno de los malestares de la cultura es la falta de continuidad por cuestiones políticas. Pero tampoco es la única razón. Creo, más bien, que es una falta de profesionalismo, al punto que se crean muchas carreras de gestión cultural, pero me pregunto ¿dónde están los docentes? Son cosas que no van en paralelo.

      –¿Cuáles son las fortalezas y las debilidades que encuentra en la gestión cultural pública?

      –Una de las fortalezas es que uno gestiona la creatividad de otros y en la Argentina esa creatividad es extraordinaria, expansiva, explosiva. Hay un gerenciamiento de esa creatividad que quizá va un poco por detrás.

      Por otra parte, una de las debilidades es la falta de profesionalismo. Quizá todos deberíamos rendir a fin de año un examen para ver si estamos capacitados para ser servidores públicos. Por ejemplo, en uno de los capítulos del libro hablamos de Cargo 92 (un proyecto franco-argentino que unía a la Nantes francesa con Buenos Aires) con el barco Melquíades en Puerto Madero.

      Nantes había organizado una serie de festivales que llamaba “Los iluminados” y transcurrían en seis jornadas en ciudades-puerto. El director artístico sostenía que favorecer el azar era el idea de la acción cultural, que todo era posible jugando con lo efímero, pues allí estaba la audacia.

      A veces nos falta tiempo para imaginar cosas épicas, acciones que sean una epopeya. Y siempre estamos corriendo con magros presupuestos y los reclamos de la propia comunidad artística. Deberíamos anticiparnos. Gestionamos lo que hay y no sé si nos falta tiempo o coraje. Tenemos que aprender a pedir lo imposible: un poco del Mayo Francés.

      PC


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      Susana Reinoso
      Susana Reinoso

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