Artista pionera y referente del cine experimental argentino y latinoamericano, Narcisa Hirsch murió el sábado en una Bariloche nevada, paisaje que amaba. A los 95 años, deja el legado devenido en un inmenso autorretrato audiovisual que, a la vez, contribuyó a redefinir el lenguaje fílmico en la Argentina contracultural de los 60 y 70.
Se refería a sí misma como una "famosa cineasta desconocida", como rescató el MoMA de Nueva York en un ciclo de sus filmes que se proyectó en enero de este año. Lo atribuye a que era mujer, que trabajó desde Latinoamérica y en un nicho un poco incomprendido. Ella misma definía al cine experimental así: "también llamado underground u oculto, es considerado enigmático muchas veces, porque junto con la poesía, su lenguaje requiere de una participación abierta, se diría casi ingenua del espectador quien generalmente teme que las imágenes se vuelvan amenazantes por ser demasiado inesperadas".
Su marginación y sus proyectos de bajo presupuesto, sin embargo, le dieron una libertad radical y siempre se movió fuera de los circuitos tradicionales del arte para experimentar con la imagen en movimiento, desafiando tanto al cine político clandestino como a las narraciones independientes sin perder su propio gesto revolucionario.
Nacida en Berlín en 1928, Narcisa Hirsch llegó "de visita" a Buenos Aires, donde había nacido la bisabuela de su madre. La guerra le impidió regresar a Europa y se convirtió en artista como su padre, el pintor expresionista Heinrich Heuser. En los 60, realizó muestras de pintura en la Galería Lirolay, hasta que su obra comenzó a cambiar con la exposición Concepción, vida, muerte y transfiguración (1966), en la que incluyó ocho objetos, entre ellos una gran muñeca y una gran figura de yeso.
Al año siguiente ya estaba trabajando con Marie Louise Alemann y Walther Mejía, quienes habían participado en su serie de fotografías estereoscópicas. De filmar happenings, como el emblemático La Marabunta (1967), con Raymundo Gleyzer en la cámara y con las reacciones de los espectadores que salían del estreno de la película Blow-Up de Antonioni, construyó una carrera dedicada al cine experimental. La marabunta era un esqueleto gigante recubierto de comida con palomas y cotorras vivas en su interior, presentado en el cine Coliseo, en simultáneo a la proyección.
Empezó filmando en 16 m.m. y luego en Super 8, un material fílmico muy barato que habilitó una producción interesante de películas no comerciales. Cuando el Super 8 había desaparecido del mercado y fue reemplazado por el video, empezó a escribir y publicó tres libros.
Como deja claro Manzanas (1969), la versión filmada de la segunda performance con las manzanas verdes, Hirsch buscaba transformar la forma más típica y automática del comportamiento urbano en el espacio público. Junto a Marie Louise Alemann y el colombiano Mejía se ocupaban de repartir manzanas y bebés de juguete de plástico a unos desconcertados transeúntes.
A fines de los 70, se dedicó a hacer instalaciones en colaboración con otros, como Enrique Banfi y Jorge Caterbetti, y salió en plena dictadura a pintar con aerosol unos graffitis en las calles de San Telmo, que ella misma registraba con su cámara. Antes que las pintadas callejeras se volvieran la políticas y cínicas.
Las pasiones de Hirsch abarcaron desde lo cósmico a lo cotidiano: la sexualidad y el cuerpo (filmó sus radiografías para "conocer su interior"); la imagen fija y en movimiento; una composición sonora del compositor minimalista Steve Reich, una ópera de Gluck y una canción de amor napolitana; los cuatro arquetipos del hombre, incluido el del “alquimista”; el mito de Orfeo y Eurídice; y el concepto de Aleph de Jorge Luis Borges, en el que “cada segundo representa una instancia de vida desde el nacimiento hasta la muerte”.
Con más de sesenta películas construyó su obra alterando los materiales manualmente y creando sus propias herramientas de montaje audiovisual para alejarse de cualquier narrativa convencional. La autogestión la llevó a construir su propia Filmoteca Narcisa Hirsch. A partir del material disponible, el Bafici le dedicó una retrospectiva en 2012 y al año siguiente se editó material suyo para coleccionistas. El año pasado el CCK le dedicó una retrospectiva homenaje, La intensidad de una mirada, donde se estrenó su última película, Materia Oscura (2023), que explora la abstracción.
A la hora de la despedida, el mensaje de su obra resuena vital. A las reacciones del público ante el cine experimental, en funciones que a veces llegaban a diez personas, la artista habló en una entrevista ¿de los 60 y 70 como una época configurada como una permanente revolución: "no podías no estar de un lado o del otro: tenías que elegir tu bando, y el cine experimental era un tercer punto: ni cine convencional de salas ni cine político de ideología militante. Lo nuestro tenía que ver con la poesía, y la poesía también es subversión". Allí hay un mundo entero por descubrir.
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