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      Carlos MalamudColumnista invitado

        CELAC, integración regional y pirotecnia verbal

        El ánimo constructivo, tradicionalmente presente en las relaciones latinoamericanas, está faltando. En su lugar se instaló la polarización, tan corriente en nuestros días, que dificulta cualquier negociación

        Mariano Vior

        En septiembre de 2008, Unasur realizó una cumbre urgente para abordar la matanza ocurrida en Pando, Bolivia, y resolver la crisis que amenazaba fracturar al país.

        La convocatoria de la presidenta chilena Michelle Bachelet, al frente de la institución, tuvo una respuesta casi masiva. A Santiago se movilizaron casi todos los presidentes sudamericanos, con la notoria excepción de Alan García, enfrentado con Hugo Chávez.

        Esta cumbre extraordinaria (y presencial) de Unasur contrasta con la telemática de CELAC, celebrada el mes pasado, respondiendo al ataque contra la embajada de México en Ecuador. Una rápida comparación de las dos reuniones, más allá de sus profundas diferencias, permitiría extraer algunas conclusiones sobre el marasmo que afecta a la integración regional, atrapada en el ovillo de la pirotecnia verbal.

        Pese a que algunos líderes “progresistas” están convencidos de que es una herramienta idónea para promover la integración, la CELAC es cada vez más un club de amigos, al servicio de objetivos particulares. En esta ocasión, el deseo de revancha del presidente Andrés Manuel López Obrador dominó la agenda.

        Por eso, nadie propuso buscar los mecanismos idóneos para resolver la crisis y restablecer la concordia en las agitadas aguas latinoamericanas. En su lugar, había que alinearse con México, solidarizarse con su presidente y castigar a Ecuador por una medida desproporcionada. El guion recomendaba acompañar la demanda mexicana ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) o romper relaciones con Quito. Y así se hizo.

        Nadie cuestiona la gravedad de la violación de la extraterritorialidad de la embajada. Sin embargo, otros incidentes pasados, tanto o más graves, se abordaron de forma más constructiva. Esto ocurrió en la mencionada cita de Unasur y también en la Cumbre del Grupo de Río del mismo año, cuando la mediación del presidente dominicano Leonel Fernández solucionó el conflicto entre Ecuador (respaldado por Venezuela) y Colombia, tras el bombardeo a un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano, donde murió el segundo de la organización terrorista, Raúl Reyes.

        El ánimo constructivo, tradicionalmente presente en las relaciones latinoamericanas, está faltando en la CELAC. En su lugar se instaló la polarización, tan corriente en nuestros días, que dificulta cualquier negociación. La retórica dominante refleja la fragmentación continental y si bien esto no es nuevo, se ha agravado tras la muerte de Hugo Chávez.

        El comandante confería al proyecto bolivariano un fuerte liderazgo regional, hoy inexistente. Más allá de las ficciones pasadas relacionadas con la “Patria Grande”, éstas se desarrollaban, pese a sus contradicciones y límites, en un contexto de cierta convergencia, mientras actualmente, si bien se mantiene el discurso integracionista, cada presidente está dispuesto a hacer la guerra por su cuenta, primando su agenda nacional sobre la regional.

        La talla política de algunos líderes tampoco ayuda. Si en 2008, Michelle Bachelet era la presidenta pro tempore de Unasur, en 2024 la hondureña Xiomara Castro, esposa del expresidente Mel Zelaya, encabeza la CELAC. La incapacidad de la presidencia pro tempore para forzar los consensos necesarios, única forma reglamentaria de alcanzar acuerdos, la ha llevado a tomar diversas medidas arbitrarias e inconsultas, denunciadas por algunos estados miembros. Esta deriva ha terminado debilitando a la institución.

        A partir de la presidencia de Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y Granadinas, la CELAC ha entrado en barrena y su peso regional es cada vez menor. No es con apelaciones mágicas como se puede romper esa tendencia a la irrelevancia, ni siquiera con la ayuda de la Rusia imperial.

        En un intento reciente por revivir al ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), la canciller boliviana, Celinda Sosa, y su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, la pusieron como la alternativa a la OTAN en América Latina. Frente al “bloque agresivo” del imperialismo, el ALBA es “una alternativa de unión, para fortalecer la autodeterminación de los pueblos”.

        Declaraciones de ese calibre, tan alejadas de la realidad, solo provocan estupor, rubor y vergüenza ajena. Por más respiración asistida que reciba, el ALBA no revivirá. Tampoco la CELAC si se insiste en primar las coincidencias político ideológicas sobre los intereses.

        Si bien la CELAC es hoy más necesaria que nunca, ya que es la única institución regional de sus características, para cumplir con sus funciones debería abandonar muchos de sus vicios recurrentes.

        Gracias a la presidencia pro tempore mexicana, antes de la pandemia, tuvo una oportunidad de oro para resurgir, y la aprovechó. Pero, por lo general, las segundas oportunidades son más difíciles y, muchas veces, imposibles de concretar.

        Carlos Malamud es catedrático de Historia de América de la UNED, investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano, España


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