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      Sonsoles Rey: del trasplante a la maternidad (y de la maternidad al trasplante)

      • Sonsoles Rey acaba de publicar De nuevo sale el sol (Planeta).
      • En 2012 Sandra Mihanovich le donó un riñón.
      • Hoy espera un nuevo trasplante.

      Sonsoles Rey: del trasplante a la maternidad (y de la maternidad al trasplante)Sandra Mihanovich y Sonsoles Rey: en 2012 la cantante le donó un riñón.
      Redacción Clarín

      Sonsoles Rey se hizo conocida cuando Sandra Mihanovich decidió donarle un riñón. Cuando en 2012 se realizó el trasplante, su historia y su diagnóstico de síndrome nefrótico fueron cubiertos por todos los medios.

      Hoy, con 46 años y a la espera de un nuevo trasplante, la mujer acaba de publicar su primer libro, De nuevo sale el sol (Planeta), el diario de una persona con una enfermedad crónica que, pese a los obstáculos, sigue cada día su pulsión de vivir con libertad.

      Aquí, un capítulo dedicado a la maternidad.

      El Rey León

      No me asustaba ser madre ni que le pasara algo. Incluso cuando me decían que era imposible, muchos años antes de tenerlo en brazos, le veía la carita y sabía que era un varón y estaba sano. León Guzmán Rey. Mi Rey León.

      Había estado tres semanas en neo y un día que llegué al sanatorio dije: “A este chiquito me lo llevo ya”. No daba para más, yo no resistía más el ruido de las máquinas, la locura de tener horarios para ver a mi hijo. Necesitaba tenerlo conmigo, pegado. Y él estaba creciendo bien, así que me dejaron. Me acuerdo de que era tan chiquitito que no me animé a bañarlo sola la primera vez. Llamé a mamá para que me ayudara y lo pusimos en un balde. Ese tamaño tenía, hasta le quedaba grande.

      De salud estaba detonada, pero no tenía tiempo de ocuparme. Quería aprender a manejarme con el bebito para poder volver a casa, a Rosa. Y aunque me costó recuperarme, al mes estaba volando a Brasil con León a upa. En el avión la gente me miraba como si acabara de parir, porque León era mínimo, aunque tuviera casi dos meses.

      La vuelta a casa y todo el principio de esa nueva vida los tres juntos fue muy estresante, pero supongo que no más que para cualquier madre primeriza. Me pasaba lo típico: noches enteras sin dormir, viendo si respiraba o no. Había aprendido a lidiar con mi salud, pero ahora había otro ser totalmente desvalido que dependía de mí, así que vivía asustada. Alerta.

      Sonsoles Rey y Mercedes Funes, autoras del libro. Foto: Planeta.Sonsoles Rey y Mercedes Funes, autoras del libro. Foto: Planeta.

      No soy una inconsciente: estaba en el medio de la nada, pero tenía toda la logística pensada en caso de que hubiera algún problema. Eso es parte de mi naturaleza, o de lo que tuve que incorporar por mi tema; hago las cosas como si no registrara mucho, pero mi cabeza ya recorrió todas las fallas posibles y cómo resolverlas.

      Cuando León tenía nueve meses, yo tuve una infección con fiebre altísima y entonces sí caí en la cuenta de lo que era criar un hijo sola y en otro país, lejos de mi familia, de mi vieja. Tuvieron que venir unos amigos para bancar a Mati, porque no daba abasto con todo y yo no me podía mover. Me asusté mucho, nos asustamos mucho.

      Pero en general no me acuerdo de que en ese momento fuera un problema para nosotros lo que pudiera pasarme. Nunca lo hablamos, quisimos tener un hijo como cualquier otra pareja y no especulamos con el tiempo ni con la salud ni con otra cosa que no fuera el amor que nos teníamos. Yo volvía a Buenos Aires a hacerme los controles y todo seguía su curso.

      Ahora me pregunto si a Mati no se le cruzó por la cabeza, si nadie le dijo que estaba loco, si en ningún momento tuvo dudas. Después tuve otro novio que llegó a decirme que quería tener un hijo conmigo, pero con una donante de óvulo, para asegurarse de que “saliera bien”. Desde que el tipo ese me dijo eso quedé con un cagazo tremendo de que a León le pasara algo.

      Me acuerdo de que fuimos con Mati al médico, porque León tiene adenoides igual que él, y le dije: “Ay, gracias a Dios que sacó lo tuyo y no lo mío”. Mati me miró como diciendo: “Tranqui, está todo bien”. Y es que nosotros siempre estuvimos tranquilos. Capaz fue porque éramos jóvenes o porque nos queríamos tanto que ni pensábamos en que algo pudiera salir mal. Pensábamos, como piensan casi todos cuando están enamorados, que con el amor iba a alcanzar.

      Y por un tiempo fue así. León vivía en pelotas, le decíamos “el niño pez”. No tenía un año y nadaba solo en la laguna. Yo le abría la puerta para que corriera por el mundo, una libertad insólita, un bebé de la selva. Bajábamos con Guinness a la playa, y en cuanto se pudo parar, él surfeaba con su papá. Era mágico. Lo que uno se imagina cuando piensa algo ideal, ese ideal hecho realidad: nuestra propia película.

      No sé si hubo un momento o algo en particular que rompiera el hechizo. Fue progresivo: cada vez tenía que viajar más seguido y me internaban cada dos minutos para pasarme medicación fortísima. Otra vez me explotaba el cuerpo, me hinchaba, vivía con diarreas. Y no podía ir a diálisis, no había manera. Era arruinarme la vida por completo, y me negué terminantemente. Con un chiquito de un año y medio y viviendo en Brasil, era pasar en un minuto del sueño a la pesadilla.

      Fede me había dicho: “No da para más”. Y la piloteamos todo lo posible, pero al final fue un caos. Estuve doce días en el Alemán sin ver a León y sentí que me iba a volver loca. Cuando me lo trajeron, pateaba las paredes, me quería sacar las vías, fue cruel para todos. Decidí que nunca más me iba a ver así, preferí que estuviéramos separados ese tiempo para que no tuviera que pasar de nuevo por eso.

      Así que mi prima se lo llevaba a las plazas y a las calesitas como para darle cosas que no tenía en Rosa. Mientras yo estaba internada en el peor momento, él estaba en una especie de Disney, ajeno. Sigo tratando de que su vida sea así: hace poco le compré un visor de realidad virtual. Me gasté una fortuna, pero no me importó; necesito armarle un mundo menos jodido, que no tenga que preocuparse por esto, que siga siendo el rey de la selva.

      Sonsoles Rey acaba de publicar De nuevo sale el sol. Foto: Planeta.Sonsoles Rey acaba de publicar De nuevo sale el sol. Foto: Planeta.

      Cuando Fede me dijo que tenía que volver a trasplantarme, yo ya lo sentía en el cuerpo: me faltaba el aire, no tenía oxígeno ni fuerzas. Estaba flaquísima, porque había perdido el apetito, todo me caía pésimo. Me acuerdo de mirar por la ventana del hospital y pensar: “Es tan grande el problema que es imposible que yo me ocupe”. Lo dije desde el fondo de mi corazón, no podía con tanto.

      Nunca en la vida me sentí más desolada, no había nada que yo pudiera hacer. Nada. Era como volar en un avión con turbulencia, había que ajustarse el cinturón y esperar que todo saliera lo mejor posible.

      Ya sabía cómo eran las cosas. Y nada era mejor ni peor porque ahora estuviera León: no tuve tiempo de pensar en él para aferrarme a la vida, tampoco de preguntarme, como me pasó más tarde: ¿cómo pude tener un hijo que quizá tenga que ocuparse de mí toda la vida? ¿Cómo no pensé que la persona que más quiero en el mundo tiene que soportar a una madre con este quilombo?

      Claro que sé perfectamente que no es el camino por el que tiene que ir mi cabeza, pero a veces es inevitable. Igual, por suerte, en ese momento no hubo lugar para eso. Estaba demasiado mal y la solución llegó más rápido de lo imaginable.

      Fue al día siguiente de que Fede me dijo que tenía que ir a trasplante sí o sí. Lo primero que pasó fue que pidieron sangre para mí, cuarenta donantes. Esa mañana me escribe mi amigo Blas y me dice: “Te quiero felicitar porque fui a donar y reboté porque sobraba gente”.

      Ahí empecé a sentir algo que no me había pasado antes: el cariño, saber que eran muchas las personas que me estaban cuidando de la forma en que podían. Me puse contenta sin razones médicas. Y entonces entra Fede al cuarto todo sonriente en medio del desastre. “Ya tenemos donante”, dice. Yo no entendía nada, para mí era esperar en la lista o volver a Bolivia, no existía la posibilidad de tener un donante vivo.

      –¿Pero cómo? –pregunté todavía incrédula.

      –Es que vino alguien y se ofreció –respondió mi médico.

      –¿Quién? –insistí yo, casi de mal humor. Me parecía una joda, un chiste de mal gusto. Así que le clavé la mirada y pregunté otra vez– ¿Quién, Fede? ¿Quién?

      Sandra Mihanovich.

      Fragmento de De nuevo sale el sol. Tres trasplantes, mil vidas y cómo transformar la espera en agradecimiento (Planeta), de Sonsoles Rey con Mercedes Funes.